«Nunca quedas mal con nadie»: 57 años de Jorge González

Una querida y talentosa ex estudiante intentó, sin éxito, motivarme a escribir un libro acerca de la música pop chilena de las últimas décadas, pero no pude superar la flojera y la desidia, intrínsecas en mi (perdón por eso amiga). No pude pasar de una especie de «intro» ligada a una experiencia que de tanto en tanto relataba en mis clases. 

Y bueno, sin más…. Aquí vamos.

En 1984, año potente y profético, con 19 años acuestas y recién entrado a la Universidad, fui a un concierto en una sala ubicada en los subterráneos de nuestra facultad, la sala Elefante. Se llamaba así porque era el único lugar donde trombones y tubas tenían un espacio para estudiar sus lecciones sin molestar mucho a los demás y constantemente salían esos sonidos hacia arriba, como elefantes.

Este concierto tenia como fin juntarnos para apoyar una serie de movilizaciones que se estaban realizando contra el régimen del dictador Pinochet. Tomas, cuchareos, marchas que ya tenían algunas víctimas entre detenidos, expulsados, sumariados, entre otras situaciones. La mayoría del contingente artístico presentes esa tarde eran agrupaciones de la misma facultad, donde destacaban las primeras bandas del nuevo pop, como Banda 69. Casi todos pertenecían a la carrera de sonido y otra mas de la onda del nuevo folclore o canto nuevo de la carrera de música y otras escuelas. Esa tarde tocó Callejón, grupo comprometido y militante de gente un poco mayor (cuando tienes 19, alguien de 25 te parecía alguien mayor). Callejón era una banda acústica con instrumental latinoamericano, muy queridos en el ambiente del peda y la Chile, casi todos sus integrantes con religiosa barba, pelo largo, bolso de cuero y el espectro de colores tirado al café. Hermosas canciones, muy elaborados arreglos vocales con toques instrumentales virtuosos (o en busca de ello). Recuerdo una canción que interpretaban, en la que decían constantemente «Pido Castigo», una especie de hit de su repertorio. A continuación arrancaba una fugeta a varias voces en contrapunto en Stretto. «Pido castigo», a cuatro voces desplazadas en una polifonía perfecta y contundente, aplausos vociferantes y la infaltable ¡jota jota….c. c.! de parte del publico.

Ahí estaba yo preguntándome ¡¿qué hago aquí?! , un ser amante de la música de los Beatles y el rock de los sesenta, que ya había tenido mis dos primeros meses de clases y que estaba confuso sobre qué era música realmente ¿Qué había estado escuchando yo todos esos años?, ¿Cómo había aprendido lo poco que sabía de tocar?.  Y de estar orgulloso de saber un montón de canciones de los Beatles y similares, pase a sentir vergüenza porque  allí se sentía que aquello no valía nada.

Estaba en esa sala aquella tarde específicamente para escuchar a una banda que me había intrigado su nombre en los carteles del casino donde se anunciaba el evento, Los Prisioneros...Recuerdo días antes comentarle a un compañero de clases de lo curioso del nombre y le invite a que fuéramos a conocerlos, su respuesta fue tajante…»Prefiero quedarme con la duda». Sentí todo ese conservadurismo y desprecio de Izquierda burguesa golpearme la cara y comencé a sospechar que no estaba en lugar del todo correcto.

Jorge González había entrado a la facultad de artes un año antes junto con Claudio Narea, él a licenciatura en música y Claudio a tecnología en sonido. Habían grabado y editado su primer cassette el año pasado apoyados por un compañero de carrera que tenía recursos y cuyo negocio familiar era la música. Las cosas iban bien para los Prisioneros a fines del 83, se estaban haciendo lentamente un nombre en el reducido ambiente pop nacional. Yo los había escuchado a la pasada en «Hecho en Chile», un programa radial de Sergio «Pirincho» Cárcamo en el cual se tocaba música del denominado «canto nuevo», movimiento heredero de la «nueva canción chilena», ahí seguía a gente como Hugo Moraga, Mariela González, Eduardo Yáñez, Congreso y otros, pero especialmente a Daniel Campos, a quien encontraba especialmente notable por la intensidad e íntimo de sus letras y la hermosura de sus melodías y acompañamientos en guitarra…(Con los años termine conociéndolo, grabando y trabajando con él durante diez años). Fue un remezón para el programa, escuchar la «Voz de los Ochenta». Resultó toda una experiencia, era un pop nuevo, fresco, irreverente y provocativo. Sonaba mal, o por lo menos, no como lo que venía de afuera, se notaba lo precario de ser chileno.

En el 79 había sonado The Knack con  My Sharona, enmudeciendo el asqueroso movimiento «Disco» el cual los rockeros odiábamos a muerte. My Sharona nos hizo bailar y excitarnos como adolescentes que éramos, con algo nuevo y propio. El «Disco» lo bailaban todos, niños y viejos, sin distinción, ésto era algo solo nuestro, espástico y vociferante, también Blondie y por supuesto, la venida de The Police a Viña del mar el 82′, todos muestras de que algo nuevo se tejía en el rock, lejos de la pesadez del hard rock Deepperpuliano y la opulencia y magnificencia del progre-sinfónico. Éramos jóvenes chilenos proletarios con el campo de visión reducido desde el poder que controlaba los medios de comunicación. Para nosotros estuvieron vetadas las primeras bandas punk y todos los más fuertes y autodestructivos exponentes. El régimen propiciaba una juventud sana, alegre, conformista y resignada. Esa vez primera en que escuche por radio a los Prisioneros fue un impacto y quería verlos en vivo para comprobar que era cierto, que era verdad.

Entran los prisioneros en el pequeño escenario, Jorge se veía diferente ante el público, más imponente y seguro, hasta más alto (había estado en clases con Jorge, quien  perdió el curso de lectura uno y estaba otra vez cursándolo, debido, según me explicó, a que la banda estaba tocando mucho y no había tenido tiempo para dedicarse a la carrera, solo estuvo «intentándolo» un par de meses más antes de dejarlo definitivamente para dedicarse tiempo completo a ser la voz de nuestra generación). En aquella ocasión tocaron sin batero, para mi gran decepción (Miguel Tapia se había fracturado un dedo días antes y no podía tocar, así que solo estaban ellos dos, González y Narea). Para agravar las cosas, Claudio estaba con una guitarra española a leña…pensé que aquello sería un fracaso y me prepare para lo peor, entonces Jorge, consciente de donde estaba y con quienes, toma el micrófono y dice:

– La siguiente canción es un homenaje al canto nuevo…

Yo trataba de encajar en ese mundo, el mundo del canto nuevo, me vestía de colores pastel y café, zapatos de reno, a veces poncho y morral de cuero, barba no me salía, por más que lo intentaba, no pasaba nada, solo una pelusa absurda y patética. Rápidamente intentaba aprenderme las canciones que todos se sabían…»Al corazón del amigo»….cantaban, y ya había aprendido que tenía que responder «Abre la muralla»…y así otra tantas. Tenía real aprecio por algunos cantantes menos politizados y panfletros del movimiento, pero la mayoría eran cosas tristonas, obvias y poco personales, pero eran tiempos de pelea, tiempos de dictadura y había que estar a tono con todo.

Comienzan y Narea se equivoca de entrada, se detienen, Narea pide perdón, alguna risitas incómodas y comienzan otra vez…yo ya miraba para abajo, siempre he tenido un sentido enfermizo de vergüenza ajena, odio ver gente haciendo el ridículo, mucho más, cuando se trata de gente querida o conocida. Narea realiza un débil arpegio en sol simulando una típica canción trovera-folkie chilensis y Gonzalez ataca de frente y sin miramientos…

¡¿DIME, TU CREES QUE PROTESTAS?!

¡¿DIME, ME ASEGURAS QUE PROTESTAS?!

Ahora en retrospectiva, el hecho de que en esas circunstancias y contexto, para esa tocata específica y para beneficio del futuro de la ampliación de mi consciencia, fue estupendo que no hubiese batería. Esto hizo resaltar la fuerza de la letra, cada palabra fue nítida y fuertemente escuchada, cada palabra retumbaba en las paredes y en las mentes de los que ahí estaban. Desde el comienzo el silencio del público fue espontáneo e instantáneo, como se dice, no volaba ni una mosca y Jorge lo sabía, sabía que nos tenía donde él quería y nos daba lo que merecíamos…

     ¡¿Dime?! ¿Tú te crees un rebelde o algo así?

     ¡Oye! , tú te quejas de la polución,

     ¡Hablas! sobre la automatización,

     ¡Dime!, tú te crees un juglar moderno o algo así…

     Defiendes a la humanidad,

     Lloras porque el mundo está muy mal,

     Criticas a la sociedad,

     Dices tú que todo debería cambiar,

     En el escenario folclorizas tu voz,

     Muera la ciudad y su contaminación,

     Con tus lindas melodías

     Y romántica simpatía,

     Nunca quedas mal con nadie.

Muchos años más tarde conocí una banda pionera del hip-hop y el Rap, Last Poet, quienes sacan un disco clave para la contra cultura negra de EEUU. Ahí, en vez de hacer lo típico, criticar y acusar al poder blanco corrupto y criminal se dedican a denunciar los excesos y frivolidad de su propia gente, y así, canción tras canción toman diferentes aspectos del modo de vida afroamericano y lo desnudan en sus pecados e inconsciencias. Los Prisioneros en el primer minuto de la canción estaban haciendo eso, demoliendo una forma de ser, que si bien cumplió su rol a mediados de los setenta, nueve años después, ya se había transformado en un mundo siútico, excluyente, contradictorio y tonto.

      En las peñas, facultades y en la televisión,

      Junto a los artezas y conscientes snob,

      Te crees revolucionario y acusativo,

      Pero nunca quedas mal con nadie.

A esas alturas estaba como en shock, tiritaba un poco y mi mente daba vueltas hacia todos lados. Intente llamarme y mire a mi al rededor, después mire mis zapatos de reno café y sentí vergüenza, una nueva y extraña forma de vergüenza que aun no entiendo, mientras el silencio del público era de lápida, pero aún faltaban los cuchillazos mortales para toda una generación. Estaban a punto de envejecer en un minuto o dos, algo nuevo empezaba y algo que fue nuevo, comenzaba a pasar a la historia y degradarse.

     Me aburrió tu postura intelectual,

     Eres una mala copia de un gringo hippie,

     Tu guitarra, ¡oye imbécil barbón!

     Se vendió al aplauso de los cursis conscientes.

     Contradices toda tu protesta famosa,

     Con tus armonías rebuscadas y hermosas.

     Eres un artista y no un guerrillero,

     Pretendes pelear,

     Y solo eres una mierda buena onda…

Era un pendejo de 19 años dominando el escenario con su mirada intensa, llena de  convicción, que se paraba en medio de un mundo de barbones comunistas y chicas artesas con lana hasta en los dientes y advenedizos menores como yo, pusilánimes que solo queríamos encajar en el mundo oficial universitario para crecer, ser aceptados y toda esa mierda que tiene la mediocridad de alma. Un mocoso que nos gritaba a la cara lo añejo y rancio de nuestra sub-cultura.

     Quédate tu poesía y tus razones,

     Córtala con la selva de cemento,

     No aguanto tus artísticos lamentos,

     Tu bolsito y tu poncho artesanal,

     Tu postura cursi me cae muy mal,

     Tu protesta me da igual,

     Porque nunca quedas mal con nadie.

     Nunca quedas mal, quedas mal con nadie…

Y fue todo… Quede contemplándome desde el techo y a todos los demás. Por fin estaba frente a un artista de verdad, había conocido a muchos músicos que me gustaban, pero nunca había estado frente a un artista de verdad. Esa tarde supe la diferencia, supe de inmediato dónde estaba y quién era y lo que debía hacer, de pronto todo encajó en mi vida y en el contexto que me había tocado estar y no podía estar más contento (gracias por eso y todo lo demás, Jorge).

Jorge pidió disculpas y se retiraron, casi no hubo aplausos, se prendieron las luces y el silencio que nos acompañó mientras caminábamos era de funeral. Empezamos a desocupar la sala Elefante por esos pasillos estrechos y laberínticos, subimos los tres pisos de subterráneos en silencio, solo interrumpidos por un comentario amargo de un querido amigo militante PC…»Nihilistas los weones”, me escupió, lo decía con rabia y frustración. Justo ese insulto clásico del comunista para denigrar no a un facho, si no a uno de izquierda pero no sometido al estalinismo, a los espíritus libres de la izquierda proletaria sin educación revolucionaria dogmática y domesticada, como lo es la tradición del pc y sus juventudes adoctrinadas. Como cuando un facho te grita «resentido”… es automático. “Nihilistas los weones» y se acabó el canto nuevo.

En pocos meses los prisioneros estallaron como un fenómeno cultural. Era lo nuevo, una nueva juventud más auténtica, más consciente, más peleadora e indisciplinada, más juguetona. Y a pesar de estar bajo un régimen miserable y cruel, íbamos a ser jóvenes y disfrutarlo como pudiésemos. Basta de esta tristeza gris y sin salida, la pena y el dolor por lo que vivíamos día a día, están, pero las vamos a acompañar de vida, de sueños, de sexo y un poco de lujuria también.

En Hecho en Chile cambió la programación. Lentamente desaparecieron las quenas, los guitarrones, los charangos…¡¡¡los charangos!!! , Y aparecieron las guitarras eléctricas, baterías electrónicas y sintes.

 

Roy Alvarado.

proximamente